La hipoacusia o bajo nivel de audición afecta a muchos niños desde edades tempranas. En general la pérdida auditiva está asociada a la madurez y ancianidad, pero es un concepto erróneo.

Aprender de oído

Aprendemos a hablar de oído. Una buena audición es esencial para aprender la lengua materna, no solo a nivel oral, sino también escrito.

La hipoacusia puede ser de nacimiento o adquirida en meses o a lo largo de los años. En los niños es muy difícil detectarla, puesto que alguien que no ha oído nunca al 100% por cada oído, no puede saber cómo es la audición más baja.

En casa y en la escuela

Esta pérdida auditiva no se notará tanto en casa como en los primeros años escolares. En casa reconoce los sonidos, el espacio es más pequeño y sabe dónde situarse para oír a cada uno. En la escuela tendrá un sitio asignado y el sonido se perderá en el aula. Es fundamental que pueda sentarse delante, por ejemplo.

Situaciones frecuentes

Llamamos al niño en el parque para merendar y no responde. Al ir donde está y decir que le estamos llamando, su respuesta es tan simple como: «Mamá, no te he oído». Cuando esta situación se da muchas veces, pensaremos de forma automática que es desobediente. Trataremos infructuosamente de corregir esa actitud; la realidad no es lo que parece.

En la escuela se acusará el mismo problema y los maestros le calificarán de indolente, distraído y falto de interés.

Aislamiento

Seguramente cuando se ponga a los niños a trabajar en grupo se retraerá y aislará. Será considerado poco sociable y antipático. Lo que nadie piensa es que no oye bien. Si está de espaldas respecto al hablante o en círculo amplio donde se cruzan las intervenciones o si el profesor está hablando mientras escribe en la pizarra, la criatura no entenderá nada.

Oír y entender

El problema de la hipoacusia no es «no oír» sino «no entender». Hay sonidos que no se discriminan. Confundirá palabras y le resultará más difícil que a otros niños responder a las demandas del profesor. Por ejemplo, si se dice vamos a dibujar un gato, quizás dibuje un pato. Esto no debería ser motivo de enfado, sino de observación. Si el hecho se repite, es que el niño no oye bien. No es desidia, no es desobediencia, no es dislexia, no es déficit de atención. No oye bien. Es un problema auditivo.

Llamada de atención

El día 23 de septiembre se ha publicado un artículo en ABC con el siguiente titular: «Es muy frustrante para los niños sordos ir al colegio sin un intérprete: se sienten como un mueble, no se enteran de nada».

Es una llamada de atención muy seria para atender a una de tantas realidades desatendidas en nuestro sistema educativo. Pero si hay 9.000 niños en España con este hándicap ¿No habrá al  menos la mitad con algo, aparentemente más leve, que es la hipoacusia o baja audición?

Yo he tenido alumnos que se han dado cuenta de su deficiente audición en la universidad. Ya son adultos y pueden constatar que no oyen bien. En la infancia no lo pueden decir. Solo lanzan señales. Una es el continuo «no te he oído», «me has dicho eso», «¿me lo decías a mí? y expresiones similares.

Pocas personas dan al oído la importancia que tiene. Es obvio decir que es fundamental para a prender a leer y escribir correctamente, así como para relacionarse con los demás.

Los audífonos

Conviene saber que los audífonos suplen en parte la falta de audición y frenan su caída, pero no completamente. No restituyen el oído. Uno se pone gafas y ve. Aun con los audífonos más sofisticados del mercado, esto no ocurre. Se puede oír, pero entender es diferente.

Se entiende en función de la acústica del lugar, del timbre de voz del hablante, de su vocalización y de los fonemas cuya discriminación sea dificultosa para el sujeto. De ahí que alguien que no oye bien «salga por peteneras» en una conversación.

Está pacientemente escuchando y cuando no entiende, no participa y procura sonreír y hacer como si entendiera. Si los demás ríen también lo hace, pero cuando por fin cree haber entendido y decide intervenir, puede meter la pata. Si no le interrogan directamente, con el paso del tiempo preferirá no intervenir para no errar.

Mundo interior

Los niños que no oyen bien suelen tener un mundo interior muy rico. Son muy observadores y reflexivos. Gustan de la lectura, la escritura  y la pintura. Incluso pueden demandar aprender un instrumento musical. Su baja audición no impedirá realizar esta actividad. Tampoco conviene impedirles aprender idiomas. Por el contrario, pueden ser buenos traductores, no intérpretes, obviamente. Sería importante que se valoraran estas tareas que se realizan individualmente.

Les gusta relacionarse con los demás, pero hay que ayudarles. Tienen que superar el miedo que supone no entender al otro. El miedo a decir lo que no corresponde, el miedo a fallar. Tienen que soportar expresiones como «no te enteras de nada» que es sumamente frustrante. Tienen que superar el miedo a que se rían de ellos por entender mal. También tengo que decir que hay a quien le suspenden en lengua por confundir palabras en el dictado, a pesar de leer y escribir historias geniales. En idiomas pasa igual, en lo oral suspenden. ¿No deberían estar exentos de estas actividades? Si se les atiende con paciencia e individualmente en estas tareas, podrán con ellas, si no, fracasarán.

Tecnología

He hablado antes de los audífonos. Actualmente, los audífonos se pueden conectar a través del móvil con un minúsculo micrófono que se le pide al profesor que se ponga para que le entre el sonido en directo como si llevara auriculares. ¿Quieren creer que hay profesores que se niegan a ponérselo?  También hay aparatos que podrían ponerse en las aulas u otros lugares públicos, para que quienes tienen audífonos se conectaran directamente y pudieran seguir el discurso correspondiente. Del mismo modo, si un profesor no oye bien, podría conectar sus audífonos. Esto facilitaría entender a los alumnos.

Hay canales de TV que tienen subtítulos, otros no. Para los niños no se recomienda que en un principio recurran a los subtítulos, pero son muy importantes a posteriori.

 

Pin It on Pinterest